20091110

Buena Estrella

Estaba contento, era el que menos bulto llevaba del grupo, claro que las otras 4 personas eran mujeres. Luego de la conversaciones del rigor que solo buscaban que el rato pasara más rápido, solucionó su ingesta de Dramamine, y ya los cinco listos subiendo las escaleras. Eligiendo butaca.
A través de la ventana, estaba ella, exponiendo involuntariamente su espectro de belleza, único, como es única una estrella. Ellas solían estar tan distantes como él imaginaba, como tal vez él imponía, había solido ser él quien las veía lejos, que creía medir los años luz de distancia que lo separaban de cada una. Esta época era distinta, a ella él la sentía cercana, se sentía correspondido, afín, desinhibido; aunque no era perfecta, tal vez la perfección estaba en eso, en que no lo fuera; él se sentía que deseado, querido. La parte amarga: esta vez ella decidió alejarse. Esta estrella estuvo cerca, iluminó su camino por unos días, hacía días, podía ser acariciada y acariciaba.
Por fortuna había cenado hacía rato largo, tal vez por la misma causa que llevaba la tira del antinauseoso, pasados apenas unos minutos de viaje llegó la cena; que era buena, bien buena.
Sobraban butacas así que disponía de las dos para él mismo, luego de algunos reclamos de los titulares de asiento, iniciaban el tramo más largo sin interrupciones así que se dispuso a dormir, «como un ángel» solía decir él. Boca abajo no era posible así que quedaba su segunda preferida posición, la fetal. Al ver la ventana, ya no estaban las casitas chiquitas ni mucho menos los edificios. Mientras la recordaba giraba y se encontraba con su rostro reflejado en las distintas superficies brillantes; y cada vez, como si fuera la primera, se sorprendía de sus propios gestos que delataban su dolor y dificultad para hacer algo tan sencillo como dormir.
Media hora habría dormitado y un estallido de la película lo despertó, como si hubiera sido su propia pesadilla. Su visión era distorsionada por las gotas de sus lágrimas; intentando recomponerla, vio más allá del reflejo de sí mismo: el horizonte estaba vacío, el azul era el más intenso, de cielo, era un azul de cuentos, técnicamente negro; y salpicando a esa cúpula, como azúcar impalpable de facturas sobre pantalón de vestir estaban ellas; casi infinitas; más grandes, chicas, amarillas, azulinas, cada una con sus colores exhibiéndose o tal vez solo haciendo sus propias vidas, perfectibles, sutiles; oyendo a Alex Ubago, tarareando a Spinetta, soñando con ser Fabi Cantilo: habían muchas. Tal vez la luz de su ciudad, de su propia angustia, de su propio día a día le había impedido contemplarlas. Alguna de todas alguno de estos días, por algún tiempo o hasta la eternidad, (que es casi lo mismo cuando se trata de afecto) estaría a su lado, dando luz de cariño a ese camino polvoriento de destino desconocido que se llama vida.
Hasta el poco usual seco amanecer del destino no despertó.